África no tiene que alcanzar a nadie, no tiene que imitar a nadie. Suyo es el futuro y eso le exige abstenerse de la competencia, de ese infantilismo con el que las naciones se miden para ver quién ha acumulado más riquezas, aparatos tecnológicos, sensaciones fuertes, sin plantearse que esta irresponsable carrera pone en peligro las condiciones sociales y naturales de la vida humana. Necesita lograr su descolonización a través de un encuentro fecundo consigo misma. En treinta y cinco años, la población africana representará un cuarto de la humanidad. Un peso demográfico y una vitalidad que inclinarán los equilibrios sociales, políticos, económicos y culturales del planeta. Afrotopía no es un dulce sueño. Es una utopía activa que pretende sacar a la luz los vastos espacios posibles de las realidades africanas y fecundarlos; es conducir a la humanidad a un nivel superior.